Por: Daniela Chávez Estrada
Es evidente que nos enfrentamos a un colapso climático, reflejado en huracanes más frecuentes, sequías y lluvias intensas, deshielo en los polos, aumento del nivel del mar y récords históricos de las temperaturas. Ninguna zona en el planeta queda exenta de los estragos que está provocando esta crisis.
No cabe duda de que este colapso es consecuencia de la actividad humana y el consumo excesivo de todos los servicios ambientales. Y el tema es urgente, porque lo que está en riesgo es nuestra propia vida.
Un ejemplo palpable en México es la escasez de agua en los estados del norte y occidente de la que se ha estado hablando mucho en días recientes. Y es que, como se ha mostrado, la crisis por sequía no es exclusiva de Nuevo León. Todo esto ha provocado que el agua se convierta en una mercancía y se monetice.
Pero ¿cómo llegamos a esto? En un tema tan complejo, es claro que no hay respuestas simples, pero sin duda podemos señalar como uno de los catalizadores de la crisis climática el modelo de desarrollo económico, que tiene como principal indicador de éxito el aumento de la productividad. Por tanto, no considera que vivimos en un medio finito y que el aumento de la producción tiene un límite no muy lejano. Además, el modelo actual de consumo deja una enorme huella de carbono. Ambos, el sistema de desarrollo y el de consumo, se basan en una visión dominantemente patriarcal de unos cuantos y está terminando con los recursos naturales de todas las personas.
El pasado 4 de abril de 2022 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó un informe en el que se señala que el planeta tiene 3 años para frenar sus emisiones de gases de efecto invernadero. Esto será decisivo para el futuro de la humanidad en la Tierra. Se reconoce también que no será fácil detener la devastación, pero no es imposible revertir algunos de sus efectos. Y contiene recomendaciones para reducir las emisiones y evitar el calentamiento global (IPCC, 2021).
El informe reconoce que los hogares que representan el 10% de la riqueza mundial emiten el 45% de esos gases de efecto invernadero. Dos tercios de ese 10% viven en los países ricos. En contraste con el 50% de los hogares más pobres que participa con aproximadamente el 15% de emisiones (IPCC, 2021).
Los datos nos dicen que la crisis climática tiene un impacto diferenciado entre las poblaciones que tienen los medios para sobrellevar sus efectos y las que no los tienen, ahondando las brechas de desigualdad social.
En este sentido, el informe “Combatir la desigualdad de los emisiones de carbono”, publicado por Oxfam, sostiene que “el consumo excesivo de una minoría rica está exacerbando la crisis climática, pero son las comunidades en situación de pobreza y las personas jóvenes quienes están pagando el precio. Esta desigualdad extrema de emisiones de carbono es una consecuencia directa del afán durante décadas de nuestros gobiernos por fomentar un crecimiento económico extremadamente desigual y basado en el carbono” (Oxfam, 2020).
La degradación ambiental se encuentra directamente relacionada con la violación de derechos humanos, el desplazamiento de comunidades indígenas, la polarización y la violencia, que se acentúan por la lógica que prioriza la acumulación de recursos económicos y hace más pronunciadas las brechas de desigualdad social.
La lucha ambiental no ha logrado la misma articulación e influencia que algunos otros movimientos sociales, porque además de ser compleja, requiere que las clases medias y altas asumamos el costo de perder privilegios y comodidades en nuestro estilo de vida. Implica también tocar intereses de cúpulas poderosas que tienen gran influencia sobre los tomadores de decisiones, y son los principales responsables de contaminar a gran escala.
Las políticas globales y locales definitivamente fueron insuficientes para resolver problemas ambientales a lo largo de las últimas décadas. Ahora que nos encontramos en un punto crítico, debemos esforzarnos por mitigar y adaptarnos a los cambios que ya son irreversibles, lo que requiere acciones más allá de lo que podemos hacer en lo individual.
En otras palabras, el planeta requiere políticas globales coordinadas, y es indispensable que México se integre a ellas. En lo particular, estoy convencida de que los tomadores de decisiones son pieza clave para encabezar agendas y visiones que replanteen el modelo económico hacia uno mucho más incluyente, que construya sociedades mucho más justas, que sea sostenible, todo esto con rendición de cuentas y transparencia frente a nuestros recursos. Tendremos que encontrar los medios y herramientas para que sigamos habitando el mundo nosotros y las generaciones futuras con los mismos derechos.